Karalia Lempe es una de las mujeres que asiste a las clases de formación que se imparten en Nonkek (Kenia), dentro del “Programa de alfabetización de las mujeres del pueblo Samburu”, financiado por GAM, y que actualmente se encuentra en su segunda fase (2020-2022) de desarrollo. Karalia tiene 30 años y 5 hijos: Simon (12 años), Lemon (10 años), Francis (8 años), Nelson (6 años) y Julia (2 años). Su marido murió quedándose ella viuda al poco de nacer su quinta hija. En la cultura Samburu, el matrimonio tradicional establece entre ambas partes un vínculo tan fuerte que no lo rompe ni la misma muerte, hasta tal punto que si ella tuviera otro hijo, este sería considerado hijo del esposo ya fallecido, ya que ella aún le “pertenece” a él. Como viuda queda totalmente desprotegida. Sin embargo, como sus hijos pertenecen ahora a la familia del esposo, a ella se le permite vivir en la “manyatta” de él, (la “manyatta” es la choza en la que viven los hijos de una familia con sus esposas). El futuro de las viudas es muy incierto en estas culturas y lugares, ya que como se casaron muy jóvenes, nunca fueron a la escuela, su vida es pastoril y depende de la cría de los chivos y de las vacas, por lo que generalmente estas mujeres se quedan viviendo solas en niveles altos de exclusión. Karalia, como todas las mujeres del lugar, va a buscar agua todos los días, cargando durante varios kilómetros una pimpina de agua y leña. Pastorea con sus hijos el rebaño y, a pesar de todas sus numerosas labores diarias, saca tiempo para participar en las sesiones de formación que imparte la profesora Anne, en el marco del programa de alfabetización de GAM asbl. Karalia ha sido la primera mujer en Nonkek en aprender a escribir y a leer sílabas, mostrando siempre mucho interés en los cursos. Es una de las mujeres más comprometidas con el proyecto de GAM. Amílcar Ferro Becerra Presidente de GAM Karalia, con su hija Julia y su profesora Anne
Queridos amigos, bienhechores y simpatizantes de GAM asbl:
Si a finales de 2019 nos dicen que el 2020 iba a ser esto, hubiésemos pensado que esa idea provenía de la mente de un escritor habituado a crear obras futuristas y apocalípticas. Incluso dos meses después de haber comenzado el confinamiento, a muchos de nosotros nos sigue costando pensar que todo esto no sea más que una pesadilla. Actualmente estamos en plena desescalada, una palabra, por cierto, que no existe. Y es que el COVID-19 ha creado hasta un vocabulario nuevo, además de una realidad distinta a la que conocíamos antes de que fuera la pandemia la que llegara para conocernos a nosotros. En estos momentos, como digo, nos encontramos saliendo de un confinamiento que en unos países ha sido más riguroso y represivo que en otros, pero inevitable en todos los casos. La responsabilidad de que no avancemos y volvamos a una especie de Estado de excepción, dependerá en gran parte de nosotros, de cómo lo afrontemos, de lo coherentes y conscientes que seamos con respecto al virus y a su posibilidad real de contagio. El confinamiento ha servido para aplanar la famosa curva, para aliviar la saturación de los hospitales, pero no para eliminar el virus que, en muchos casos, puede ser letal u ocasionar graves daños y lesiones. Y es que este virus no tiene conciencia, no tiene moral, no elige ni selecciona. Las cifras son escalofriantes. Mientras tanto, los científicos siguen trabajando a contra reloj para buscar soluciones que alivien la gravedad de los casos más complicados, pero, sobre todo, para encontrar una vacuna lo antes posible que reúna también las garantías necesarias de eficacia y seguridad. Nos consuela saber que, si bien el virus avanza, la ciencia también lo hace. Y para ello se está logrando recaudar en tiempo récord ingentes cantidades de dinero que permitirán, tanto acelerar los procesos de investigación para lograr una vacuna, como los de fabricación y distribución, una vez que la comunidad científica logre lanzarla al mercado. Sin duda, hay que destacar los innumerables gestos de solidaridad mostrados durante esta imponente crisis sanitaria, y que han surgido en medio de un sufrimiento generalizado. Las organizaciones internacionales han jugado una importante labor de impulso en todo este proceso. La Unión Europea ha logrado despertar la solidaridad de los Estados miembros, que llevaba suspendida mucho tiempo, y lo ha logrado no tanto sobre una base europea, sino europeísta. Photo Pero, por otro lado, esta oleada de solidaridad repentina nos lleva a preguntarnos por qué no se ha activado anteriormente, y en el mismo grado, a la hora de atacar otras pandemias, como las originadas por crisis humanitarias, por enfermedades tropicales, o las ocasionadas por la pobreza y las desigualdades socio-económicas, que, en su caso, afectan “solo” a una parte de la población. Y con “solo” me refiero a los más de 200 millones de casos clínicos y más de 400.000 muertes que produce la malaria anualmente, y que, en 2020, se prevé se conviertan en más de 700.000 muertes por las disrupciones de la COVID-19. El hambre y la pobreza también originan cifras espeluznantes: generan más de 3 millones de muertes al año. Por no hablar también de las víctimas que producen el abuso laboral, el enriquecimiento de agentes económicos, la violencia de género, etc. Después de esta pandemia debemos replantearnos nuestras prioridades, nuestros valores y nuestras responsabilidades. Y no solo frente a lo expuesto hasta ahora, también con respecto a la naturaleza. A la vez que nos toca reconstruir una economía que ha caído en picado por efecto del obligado confinamiento impuesto por la COVID-19, hagámoslo en consonancia con nuestro entorno natural, no en contra de él. La mejor vacuna contra las pandemias, no debemos olvidarlo, es una naturaleza sana: ecosistemas fragmentados y empobrecidos multiplican exponencialmente las probabilidades de zoonosis y quedarnos desprotegidos ante numerosos patógenos peligrosos para nosotros. Todos los datos muestran que la Tierra, que sigue siendo redonda, se sobrecalienta a niveles incompatibles con la vida de muchas especies. Este sobrecalentamiento cambiará radicalmente - a peor - nuestro hábitat. Toda la información científica indica que es necesario dejar de devorar el planeta, que hay que cambiar radicalmente los patrones de consumo, que la idea de crecimiento infinito es una imposibilidad lógica en un mundo finito. Es un hecho comprobado que los humanos se han convertido en una fuerza de destrucción capaz de alterar el clima del planeta. Recordemos que la naturaleza no nos necesita; somos las personas las que necesitamos a la naturaleza. Hagamos que esta pandemia y este confinamiento sirvan para transformar en positivo nuestras sociedades. Con ello no queremos dar la espalda a las consecuencias negativas de esta situación, que son muchas y algunas muy graves. Cada día se pierden miles de vidas y, en muchos casos, esas personas se van sin el calor de sus seres queridos. También es cierto que el confinamiento está generando conflictos y un aumento del número de víctimas de violencia de género, y que no todos los encierros son iguales, porque nuestras viviendas y nuestras realidades son muy distintas. A esto hay que añadir la cantidad de personas que en este tiempo ya han perdido su empleo, de empresas que han tenido que cerrar, y todas las situaciones personales que empeorarán en los próximos meses como consecuencia de esta crisis, aumentando así la brecha de la desigualdad. Pero sí estoy convencido de que, a pesar de todo esto, debemos mirar con valentía al futuro para cambiarlo. Ninguna gran pandemia de la Historia ha acabado sin provocar grandes transformaciones en la sociedad, la economía, la política y las ideologías y, por ende, en nuestra forma de vida. Así ocurrió con la Peste Negra del siglo XIV, la gripe mal llamada española de 1918 y así ocurrirá ahora con la COVID-19. Segar la vida de decenas de miles de personas de golpe y a escala global, hace que nada pueda ser luego igual, ni que deba ser igual. Precisamente, de los grandes desastres colectivos, como cada uno hace también de los grandes fracasos individuales, se sacan grandes lecciones que todos acordamos aceptar. Sin embargo, la memoria es frágil y el paso de nuevas generaciones con nuevos intereses y problemas hace que se termine olvidando. Cuando los acontecimientos son recientes es más fácil recordarlos. Debemos, en definitiva, reflexionar con rigor, urgencia y empatía sobre qué hemos de hacer cuando esto se acabe, que se acabará. Ferro B. Amílcar mxy Presidente de GAM asbl #EsteVirusLoPramosUnidos #YoMeQuedoEnCasa #ParaLaCurva #Solidaridad Un virus, científicamente el SARS-Cov-2, causante de la enfermedad Covid-19, se ha “coronado” descaradamente dueño del mundo, ha mostrado nuestras fragilidades, ha puesto en jaque a los gobiernos que se consideraban invulnerables y poderosos, ha gripado la máquina que hace empujar la globalización y ha encerrado y aislado a millones de personas, presas del desconcierto y del miedo. El mundo frenó en seco y dejó paso a la pesadilla. Esta pandemia ha despertado en los ciudadanos miedos atávicos, pero a la vez nos ha recordado que la salud es lo más importante, que las fronteras levantadas por conflictos bélicos las destruyen unas gotas de saliva, y que la solidaridad y empatía han de estar muy por encima del egoísmo y del individualismo. Estar separados jamás nos había unido tanto.
Nos estamos dando cuenta de que el objetivo de este obligado confinamiento es no contagiarnos de este virus invisible cuya repentina letalidad, capaz de poner países enteros en cuarentena, radica en parte en no haberlo temido lo suficiente. Las principales instituciones mundiales denunciaron hace meses que un brote de una enfermedad a gran escala era una perspectiva tan alarmante como realista y alertaron de que ningún Gobierno estaba preparado para hacerle frente. La consecuencia es que la mayoría de las naciones occidentales están hoy desbordadas en sus capacidades para luchar contra la epidemia. Se ha reaccionado tarde y mal. Pocos gobiernos (por no decir ninguno) han invertido lo suficiente en investigación y esta carencia nos conduce ahora al mayor desequilibrio socio-económico y fiscal imaginable. Habrá tiempo para hablar de ello; ahora es más urgente fomentar la unidad. Unidad porque ahora mismo la emergencia es triple: afrontar la tragedia sanitaria, proteger la economía y encarar la recesión social que se avecina. Reconozco que temo por los efectos que pueda tener una reclusión total sin fecha de caducidad cercana. Los temo a corto plazo, porque puede desencadenar desórdenes sociales, pero también a largo plazo, porque una sociedad que se acostumbra a vivir sin libertad, por muy justificada que sea la causa, es una sociedad más propensa a caer en el conformismo y la resignación. No obstante, sin restarle gravedad a la situación, que la tiene, hemos de esforzarnos en ver lo positivo que podemos extraer de todo esto: ahora, más que nunca, valoramos la solidaridad, la cooperación, la resiliencia y la empatía. Si hay algo que ahora nos sobra es tiempo. Y hemos de aprovecharlo, entre otras cosas, para darnos cuenta de que hay mucha gente que vive esta situación en soledad, amontonados en viviendas, con personas que no quieren (o peor aún, a las que temen). También están los que viven en la calle o los que no tienen recursos. Si hay algo que este virus, esta terrible pandemia, nos ha enseñado, es que hay equidad en el contagio y que ataca a todos por igual, sin diferencias ideológicas, ni de clases, ni de razas ni de religión. Esta pandemia se erige, en mi opinión, como un auténtico revulsivo que nos permite, por fin, darnos cuenta de que la sociedad necesitaba un cambio y que nuestra pirámide de valores estaba invertida. Me aventuro incluso a afirmar que, una vez haya pasado todo, no volveremos a la normalidad, porque la normalidad era el problema. La explosión de gestos solidarios, de creatividad e ingenio se multiplican para mantener el pulso social. Debemos resintonizar nuestras emociones, resistir la histeria colectiva, ser prudentes y acatar con disciplina las directrices de aislamiento impuestas por los gobiernos. Tenemos que protegernos nosotros, para poder proteger a los demás. Nunca un principio tan básico, y tan olvidado, se había hecho tan patente. En épocas de individualismo y egoísmo llega un virus que se combate principalmente con solidaridad y empatía por el otro: pequeño desafío para la humanidad. Dure dos semanas o dos meses (más probablemente esto último), la batalla ciudadana contra el virus, lo que se avecina tras la victoria, cuyo precio habrá que contabilizar en vidas humanas antes que en datos económicos, es una convulsión del orden social de magnitudes todavía difíciles de concebir. El poder planetario se va a distribuir de forma distinta de como lo hemos conocido en los últimos setenta años. Hay aún mucha incertidumbre con respecto a lo que ocurrirá en los próximos meses. El mundo se ha quedado sin fechas, por ahora. Pero ya las iremos poniendo en el calendario de un año de tan solo nueve meses, y lo haremos cuando todo esto pase. Que pasará. El coronavirus, insisto, supone un punto de inflexión. Cuando la pandemia retroceda y recuperemos las calles, tendremos ante nosotros un mundo diferente. Confío en que no olvidaremos lo que hemos aprendido, si no todo este esfuerzo no habrá merecido la pena. Es más, si después de esta pandemia no resurgimos siendo mejores personas, entonces no habremos aprendido nada de la vida. Amílcar Ferro B #EsteVirusLoParamosUnidos #YoMeQuedoEnCasa #ParaLaCurva #solidaridad |
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