Queridos amigos, bienhechores y simpatizantes de GAM asbl:
Si a finales de 2019 nos dicen que el 2020 iba a ser esto, hubiésemos pensado que esa idea provenía de la mente de un escritor habituado a crear obras futuristas y apocalípticas. Incluso dos meses después de haber comenzado el confinamiento, a muchos de nosotros nos sigue costando pensar que todo esto no sea más que una pesadilla. Actualmente estamos en plena desescalada, una palabra, por cierto, que no existe. Y es que el COVID-19 ha creado hasta un vocabulario nuevo, además de una realidad distinta a la que conocíamos antes de que fuera la pandemia la que llegara para conocernos a nosotros. En estos momentos, como digo, nos encontramos saliendo de un confinamiento que en unos países ha sido más riguroso y represivo que en otros, pero inevitable en todos los casos. La responsabilidad de que no avancemos y volvamos a una especie de Estado de excepción, dependerá en gran parte de nosotros, de cómo lo afrontemos, de lo coherentes y conscientes que seamos con respecto al virus y a su posibilidad real de contagio. El confinamiento ha servido para aplanar la famosa curva, para aliviar la saturación de los hospitales, pero no para eliminar el virus que, en muchos casos, puede ser letal u ocasionar graves daños y lesiones. Y es que este virus no tiene conciencia, no tiene moral, no elige ni selecciona. Las cifras son escalofriantes. Mientras tanto, los científicos siguen trabajando a contra reloj para buscar soluciones que alivien la gravedad de los casos más complicados, pero, sobre todo, para encontrar una vacuna lo antes posible que reúna también las garantías necesarias de eficacia y seguridad. Nos consuela saber que, si bien el virus avanza, la ciencia también lo hace. Y para ello se está logrando recaudar en tiempo récord ingentes cantidades de dinero que permitirán, tanto acelerar los procesos de investigación para lograr una vacuna, como los de fabricación y distribución, una vez que la comunidad científica logre lanzarla al mercado. Sin duda, hay que destacar los innumerables gestos de solidaridad mostrados durante esta imponente crisis sanitaria, y que han surgido en medio de un sufrimiento generalizado. Las organizaciones internacionales han jugado una importante labor de impulso en todo este proceso. La Unión Europea ha logrado despertar la solidaridad de los Estados miembros, que llevaba suspendida mucho tiempo, y lo ha logrado no tanto sobre una base europea, sino europeísta. Photo Pero, por otro lado, esta oleada de solidaridad repentina nos lleva a preguntarnos por qué no se ha activado anteriormente, y en el mismo grado, a la hora de atacar otras pandemias, como las originadas por crisis humanitarias, por enfermedades tropicales, o las ocasionadas por la pobreza y las desigualdades socio-económicas, que, en su caso, afectan “solo” a una parte de la población. Y con “solo” me refiero a los más de 200 millones de casos clínicos y más de 400.000 muertes que produce la malaria anualmente, y que, en 2020, se prevé se conviertan en más de 700.000 muertes por las disrupciones de la COVID-19. El hambre y la pobreza también originan cifras espeluznantes: generan más de 3 millones de muertes al año. Por no hablar también de las víctimas que producen el abuso laboral, el enriquecimiento de agentes económicos, la violencia de género, etc. Después de esta pandemia debemos replantearnos nuestras prioridades, nuestros valores y nuestras responsabilidades. Y no solo frente a lo expuesto hasta ahora, también con respecto a la naturaleza. A la vez que nos toca reconstruir una economía que ha caído en picado por efecto del obligado confinamiento impuesto por la COVID-19, hagámoslo en consonancia con nuestro entorno natural, no en contra de él. La mejor vacuna contra las pandemias, no debemos olvidarlo, es una naturaleza sana: ecosistemas fragmentados y empobrecidos multiplican exponencialmente las probabilidades de zoonosis y quedarnos desprotegidos ante numerosos patógenos peligrosos para nosotros. Todos los datos muestran que la Tierra, que sigue siendo redonda, se sobrecalienta a niveles incompatibles con la vida de muchas especies. Este sobrecalentamiento cambiará radicalmente - a peor - nuestro hábitat. Toda la información científica indica que es necesario dejar de devorar el planeta, que hay que cambiar radicalmente los patrones de consumo, que la idea de crecimiento infinito es una imposibilidad lógica en un mundo finito. Es un hecho comprobado que los humanos se han convertido en una fuerza de destrucción capaz de alterar el clima del planeta. Recordemos que la naturaleza no nos necesita; somos las personas las que necesitamos a la naturaleza. Hagamos que esta pandemia y este confinamiento sirvan para transformar en positivo nuestras sociedades. Con ello no queremos dar la espalda a las consecuencias negativas de esta situación, que son muchas y algunas muy graves. Cada día se pierden miles de vidas y, en muchos casos, esas personas se van sin el calor de sus seres queridos. También es cierto que el confinamiento está generando conflictos y un aumento del número de víctimas de violencia de género, y que no todos los encierros son iguales, porque nuestras viviendas y nuestras realidades son muy distintas. A esto hay que añadir la cantidad de personas que en este tiempo ya han perdido su empleo, de empresas que han tenido que cerrar, y todas las situaciones personales que empeorarán en los próximos meses como consecuencia de esta crisis, aumentando así la brecha de la desigualdad. Pero sí estoy convencido de que, a pesar de todo esto, debemos mirar con valentía al futuro para cambiarlo. Ninguna gran pandemia de la Historia ha acabado sin provocar grandes transformaciones en la sociedad, la economía, la política y las ideologías y, por ende, en nuestra forma de vida. Así ocurrió con la Peste Negra del siglo XIV, la gripe mal llamada española de 1918 y así ocurrirá ahora con la COVID-19. Segar la vida de decenas de miles de personas de golpe y a escala global, hace que nada pueda ser luego igual, ni que deba ser igual. Precisamente, de los grandes desastres colectivos, como cada uno hace también de los grandes fracasos individuales, se sacan grandes lecciones que todos acordamos aceptar. Sin embargo, la memoria es frágil y el paso de nuevas generaciones con nuevos intereses y problemas hace que se termine olvidando. Cuando los acontecimientos son recientes es más fácil recordarlos. Debemos, en definitiva, reflexionar con rigor, urgencia y empatía sobre qué hemos de hacer cuando esto se acabe, que se acabará. Ferro B. Amílcar mxy Presidente de GAM asbl #EsteVirusLoPramosUnidos #YoMeQuedoEnCasa #ParaLaCurva #Solidaridad |
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Novembre 2024
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