Un virus, científicamente el SARS-Cov-2, causante de la enfermedad Covid-19, se ha “coronado” descaradamente dueño del mundo, ha mostrado nuestras fragilidades, ha puesto en jaque a los gobiernos que se consideraban invulnerables y poderosos, ha gripado la máquina que hace empujar la globalización y ha encerrado y aislado a millones de personas, presas del desconcierto y del miedo. El mundo frenó en seco y dejó paso a la pesadilla. Esta pandemia ha despertado en los ciudadanos miedos atávicos, pero a la vez nos ha recordado que la salud es lo más importante, que las fronteras levantadas por conflictos bélicos las destruyen unas gotas de saliva, y que la solidaridad y empatía han de estar muy por encima del egoísmo y del individualismo. Estar separados jamás nos había unido tanto.
Nos estamos dando cuenta de que el objetivo de este obligado confinamiento es no contagiarnos de este virus invisible cuya repentina letalidad, capaz de poner países enteros en cuarentena, radica en parte en no haberlo temido lo suficiente. Las principales instituciones mundiales denunciaron hace meses que un brote de una enfermedad a gran escala era una perspectiva tan alarmante como realista y alertaron de que ningún Gobierno estaba preparado para hacerle frente. La consecuencia es que la mayoría de las naciones occidentales están hoy desbordadas en sus capacidades para luchar contra la epidemia. Se ha reaccionado tarde y mal. Pocos gobiernos (por no decir ninguno) han invertido lo suficiente en investigación y esta carencia nos conduce ahora al mayor desequilibrio socio-económico y fiscal imaginable. Habrá tiempo para hablar de ello; ahora es más urgente fomentar la unidad. Unidad porque ahora mismo la emergencia es triple: afrontar la tragedia sanitaria, proteger la economía y encarar la recesión social que se avecina. Reconozco que temo por los efectos que pueda tener una reclusión total sin fecha de caducidad cercana. Los temo a corto plazo, porque puede desencadenar desórdenes sociales, pero también a largo plazo, porque una sociedad que se acostumbra a vivir sin libertad, por muy justificada que sea la causa, es una sociedad más propensa a caer en el conformismo y la resignación. No obstante, sin restarle gravedad a la situación, que la tiene, hemos de esforzarnos en ver lo positivo que podemos extraer de todo esto: ahora, más que nunca, valoramos la solidaridad, la cooperación, la resiliencia y la empatía. Si hay algo que ahora nos sobra es tiempo. Y hemos de aprovecharlo, entre otras cosas, para darnos cuenta de que hay mucha gente que vive esta situación en soledad, amontonados en viviendas, con personas que no quieren (o peor aún, a las que temen). También están los que viven en la calle o los que no tienen recursos. Si hay algo que este virus, esta terrible pandemia, nos ha enseñado, es que hay equidad en el contagio y que ataca a todos por igual, sin diferencias ideológicas, ni de clases, ni de razas ni de religión. Esta pandemia se erige, en mi opinión, como un auténtico revulsivo que nos permite, por fin, darnos cuenta de que la sociedad necesitaba un cambio y que nuestra pirámide de valores estaba invertida. Me aventuro incluso a afirmar que, una vez haya pasado todo, no volveremos a la normalidad, porque la normalidad era el problema. La explosión de gestos solidarios, de creatividad e ingenio se multiplican para mantener el pulso social. Debemos resintonizar nuestras emociones, resistir la histeria colectiva, ser prudentes y acatar con disciplina las directrices de aislamiento impuestas por los gobiernos. Tenemos que protegernos nosotros, para poder proteger a los demás. Nunca un principio tan básico, y tan olvidado, se había hecho tan patente. En épocas de individualismo y egoísmo llega un virus que se combate principalmente con solidaridad y empatía por el otro: pequeño desafío para la humanidad. Dure dos semanas o dos meses (más probablemente esto último), la batalla ciudadana contra el virus, lo que se avecina tras la victoria, cuyo precio habrá que contabilizar en vidas humanas antes que en datos económicos, es una convulsión del orden social de magnitudes todavía difíciles de concebir. El poder planetario se va a distribuir de forma distinta de como lo hemos conocido en los últimos setenta años. Hay aún mucha incertidumbre con respecto a lo que ocurrirá en los próximos meses. El mundo se ha quedado sin fechas, por ahora. Pero ya las iremos poniendo en el calendario de un año de tan solo nueve meses, y lo haremos cuando todo esto pase. Que pasará. El coronavirus, insisto, supone un punto de inflexión. Cuando la pandemia retroceda y recuperemos las calles, tendremos ante nosotros un mundo diferente. Confío en que no olvidaremos lo que hemos aprendido, si no todo este esfuerzo no habrá merecido la pena. Es más, si después de esta pandemia no resurgimos siendo mejores personas, entonces no habremos aprendido nada de la vida. Amílcar Ferro B #EsteVirusLoParamosUnidos #YoMeQuedoEnCasa #ParaLaCurva #solidaridad |
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Novembre 2024
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